Llevo corriendo una eternidad de un momento.
Solo hace sesenta segundos hablaba: de política, del tiempo, de ética, de mí mismo y de nada a la vez. Solo treinta que el cielo empezó a abrirse, veintinueve que me di cuenta de que todo estaba cambiando, de que algo iba muy mal. Hace veinticinco segundos que infinidad de tonos violáceos y malvas se arracimaron a una velocidad de vértigo en el cielo, que las nubes comenzaron a dispersarse como en la cámara rápida de un documental de naturaleza y que, tras un giro de cuello, observé como una oscuridad creciente se mecía lejana, pero inevitable, en las alturas.
Hace ya quince segundos que empecé a ser consciente de mi soledad. No quiero estar solo. Quince segundos en los que no paro de correr hacia casa mientras todo cambia alrededor; quince segundos en los que, a cada zancada, me es revelada una verdad: ya no habrá más koalas, más perros, más noches, más despertares, más miradas entornadas, más sabores y olores regalando mis sentidos. Ya no podré decirte todo aquello que me transmite tu sonrisa, compartir nuestras confidencias, ya nunca sabrás lo lleno que me haces sentir. Todo se quedará en el limbo de lo callado.
El cielo se pliega en una inexplicable contorsión. No habrá más futuro ¿Lo hubo alguna vez?
Me detengo a observar el último espectáculo, a sentir los extraños chisporroteos en el aire, a notar el olor cada vez más denso a ozono, a aceptar el creciente terror a tan traumático cambio. Junto a mí, miles de almas alzan la vista para ver como ese punto oscuro se hace cada vez más y más grande, ineludible; acompañado de un sonido penetrante, cada vez más agudo.
Arrodillado, con la vista alzada y cuando el comienzo del fin es seguro, empiezo a disfrutar: de mis lágrimas, de mi miedo, de mis vísceras, de la tierra que toco; aferrando los segundos, deseando que el dolor permanezca en mis oídos, enamorado de cómo el aire empieza a faltarme, de cómo mis pulmones hacen por recuperarlo, prendado de cómo mi estómago me reclama aún el desayuno que no tomé por las prisas esta mañana. Consciente de mi existencia hasta el final.
Solo hacía unos minutos nada de eso importaba y, ahora, que todo importa, el cielo se rompe y el presente se quiebra.