Ella era una niña. Él un monstruo; pulcro, pero un monstruo.
Él era jardinero. Ella una rosa; salvaje, pero una rosa.
Él podó; ella no supo evitarlo.
La retuvo en su jardín hasta que cayó el último pétalo. Y, cuando lo hizo, la dejó, con la única compañía de sus espinas.