Así comienza Aracnefobia, la obra de Celia Añó Espí, ganadora como mejor novela corta en los premios Guillermo de Baskerville 2019. Enmarcada dentro del Proyecto Válidas.
Creo que no es casualidad que la autora comience con la descripción del lugar en el que transcurre la mayor parte de la acción, ya que este es el único “personaje” que puede llegar a rivalizar en importancia con los dos en torno a los que gira la historia: Aracne y Adrien. Y es que el hogar de los personajes, y sus relaciones con el mismo, funcionan como un eje a partir del cual las diferencias entre Aracne y Adrien se acentúan y se van enquistando, pasando de desagrado a fobia y, finalmente, odio enconado.
Aunque a priori pueda parecer una premisa sencilla (quizá en un ejercicio de reducción al mínimo), es más que suficiente para conseguir una historia redonda que cierra perfectamente. Para lograr esto tenemos que hacer referencia al aspecto más relevante de la obra, algo que cualquiera que le dé a la pluma evidenciará al poco de iniciar su lectura y valorará de seguro: su estructura.
Celia Añó Espí consigue meternos en la historia con la distribución de los capítulos (una suerte de ordenamiento inverso y por pares). Iremos oscilando entre el final cronológico de la historia y el principio de la misma, yendo desde los extremos hasta el nudo; y siempre alternando puntos de vista, con una narrativa en tercera persona: ora centrada en Aracne, ora centrada en Adrien.
Ejemplos:
«Aracne aguardaba en silencio, sentada en una butaca. Intentaba aparentar tranquilidad, pero se encontraba demasiado tensa y con los dedos entrecerrados en torno a un peine».
«Adrien se derrumbó al alcanzar la cabaña. La puerta se cerró tras él en un portazo comedido, que no amortiguó el ruido que hizo al caer al suelo».
Lo mejor del artilugio estructural que nos propone la autora es la posibilidad de una segunda lectura, esta vez atendiendo a la cronología de los hechos. Con ello obtendremos otra perspectiva de las filias y fobias de ambos personajes y el porqué de sus relaciones, deseos, decisiones etc… tanto respecto a ellos como al resto de habitantes de la mansión. Es posible, también, que esa segunda lectura revele algunas omisiones de información realizadas adrede y necesarias para que la primera lectura resultara más verosímil. Esto, que puede hacernos sentir impostados algunos pasajes, es, no obstante, clara muestra de lo arriesgado y complejo de la apuesta de Añó Espí; una apuesta perfectamente resuelta.
¿Son solo estructura y personajes los puntos fuertes de Aracnefobia?
No. Para mí hay un tercero que, a mi parecer, está a la altura de los anteriores; la capacidad de la autora para ponerse, sobre todo, en el lugar de Aracne y centrarse en sus sentidos más desarrollados: oído, tacto y olfato.
Os dejo unos ejemplos:
«Se distinguía el arrullo lejano de una chicharra y el crujir de hojas arrastradas por el viento. Y de fondo, como un murmullo más del propio eco, el fuego y la música».
«Tanteó con cuidado el relieve. Fuera lo que fuese era redondo, con cierto aire geométrico, del que emergían numerosas trazas. Siempre se perdía al contarlas y según el día le salían seis, ocho, diez y hasta doce. Parecía un erizo, quizás un sol».
«Aracne había adaptado su manera de interpretar el mundo a los olores. El despertar era frío y con aroma a madera húmeda; el desayuno olía a harina y la noche, a polvo».
Es esta una buena demostración de aquello que, como autores, muchos hemos escuchado hasta la saciedad: “no digáis, mostrad”.
En resumen, Aracnefobia es un cuento oscuro muy recomendable, con talento en sus páginas, pero, sobre todo, con mucho trabajo y oficio detrás. No me cabe duda.
Dadle una oportunidad, no os arrepentiréis.