¿Nunca habéis topado con alguno de esos libros que os hubiera gustado escribir a vosotros? La larga marcha es para mí uno de ellos. Es de esas novelas que ha conseguido llegarme. Es una de esas historias bien narradas que nos hablan, a partir de una premisa aparentemente simple, de todo tipo de asuntos trascendentes y triviales, y de cómo estos mismos resultan ser siempre relativos; en la larga marcha no hay ninguna verdad absoluta, excepto que si te paras mueres. Es un libro por momentos inspirador y por momentos capaz de transmitirnos un profundo desasosiego.
Lo realmente genial, y característico, de Stephen King (aunque escribiese esta novela como Richard Bachman), es que es capaz de tirar de un hilo y sacar todo un ovillo de él. De hecho es esta su forma habitual de escribir. Él mismo ha dicho en ocasiones que cuando intenta escribir con escaletas pierde la espontaneidad y nota como sus novelas se resienten; es más un escritor de brújula que de mapa.
A lo largo del libro, King consigue hacer cada vez más complejos e interesantes a una serie de personajes que tendremos que ir viendo morir de manera inexorable. A través de sus diálogos, acciones y descripciones va mostrándonos las motivaciones que les llevan a participar en semejante suicidio, así como su manera de afrontar el miedo, el cansancio, el dolor y la muerte. Es difícil no enamorarse del ingenuo Ray Garraty, del íntegro y cínico McVries, del taimado Stebbins, del honesto Art Baker, del simpático Scramm o del malhablado y valiente Collie Parker.
Resulta llamativo cómo la novela se puede diseccionar en partes bien diferenciadas y distinguibles, incluso se puede inferir sin dificultad la función de cada una de ellas; pero, aun así, en ningún momento deja de ser compacta y natural: un todo. Podríamos incluir en el desarrollo de la misma diferentes tipos de textos: momentos de introspección de los personajes, diálogos aparentemente triviales, diálogos profundos, momentos de acción que definen a los participantes, descripciones que introducen y redefinen constantemente el estado físico de los participantes, descripciones del entorno y de los espectadores, momentos de interacción con los mismos (sean estos cercanos a los participantes o no), interacciones y descripciones de los soldados, así como recuerdos que dan aún más profundidad a los personajes.
-¡La cagada más rápida de mi vida! -dijo mientras resollaba.
-Tendrías que haber traído el orinal -respondió McVries.
-Nunca he podido aguantar mucho sin aligerarme -añadió Baker-. Hay gente que sólo tiene que ir al baño una vez por semana. Yo soy de los de una vez al día. Si no cago una vez al día tomo un laxante.
Pensó ahora en los contrastes de luces y sombras del óvalo casi perfecto del rostro de Jan, su manera de caminar, los registros agudos y graves de su voz, y sus deseables balanceos de caderas. Volvió a preguntarse, presa del terror, qué estaba haciendo allí, avanzando por aquella carretera a oscuras.
Un brazo le retuvo. Era McVries. Un soldado, a través de un megáfono, les indicó a ambos el primer aviso.
-¡En la multitud no!
McVries había acercado su boca al oído de Garraty y le gritaba. Un bisturí de dolor se abrió paso en la cabeza de Ray.
-¡Déjame en paz!
-¡No voy a dejar que te mates, Ray!
-¡Déjame, maldita sea!
-¿Quieres morir en sus brazos? ¿Es eso lo que quieres?
En el fondo del maletero de la camioneta, el hombre había colocado una esterilla aislante. Sobre ella había un montón de hielo picado, y surgiendo del hielo en todas direcciones, como grandes sonrisas rojas mentoladas, grandes tajadas de sandía.
La novela está repleta de frases geniales, de ese tipo de preguntas y cuestiones existenciales que siempre nos hemos hecho al menos una vez en la vida y que King introduce en los diálogos de una manera natural, acorde con la historia que narra y el momento de la misma.
-Porque Barkovitch sabe lo que se hace.
-¿Porque juega a ganar, te refieres?
-No sabes a qué me refiero, Ray.
-Me parece que no lo sabes ni tú. Desde luego es un cerdo. Pero quizá sea preciso serlo para vencer.
-¿Siempre ganan los malos?
-¿Cómo diablos voy a saberlo?
-Claro. Nunca puede ocurrirle a uno -asintió McVries-. Estas cosas siempre les suceden a los demás.
Al final terminas por darte cuenta de lo que es en realidad La larga marcha. Es una sencilla pero sentida metáfora de la vida. La carretera es la vida y los soldados y las orugas los males que acechan y finalmente te dan muerte; por más que corras siempre quedará camino y siempre caerás antes de encontrar un final. Y en el fondo, el sentido se va encontrando según se transita, según relativizamos la importancia de todo y vamos valorando cada bocanada de aire que vuelve a renovarnos y a cambiarnos, porque, a fin de cuentas, la vida es cambio. No significa que la novela no trate otra serie de temas de gran relevancia: la alienación del ser humano, el camino hacia el que vamos como especie, el desequilibrio de clases… se pueden sacar muchas lecturas; aunque yo personalmente me decanto por dicha metáfora. Al fin y al cabo todo termina por reducirse a varias cuestiones básicas que como seres humanos nos fascinan a la par que nos atormentan: la vida, la muerte y el amor.
Como podréis imaginar os recomiendo encarecidamente la lectura de La larga marcha, creo que no os arrepentiréis.