No había leído nada de Faulkner antes de Santuario. Cuando me enteré de que éste era su título denostado, aunque más por cuestiones morales que estéticas, ya me lo estaba terminando; tiene sentido en alguien moralista, ya que la obra es muy dura, sobre todo si retrocedemos a la época de su publicación (mediados-finales de la época de la ley seca, 1931), y más aún teniendo en cuenta el desarrollo de la novela: toda una victoria del mal, una especie de advertencia sobre lo desesperanzador del destino que le depara al hombre si no elige un camino virtuoso.
Se podría decir de Santuario que es una novela negra, pero lejos del esquema habitual de estas. Aquí lo trascendente no es el desarrollo de la trama como herramienta para desligar nudos que nos lleven a la resolución de lo ocurrido. Si bien es cierto que Faulkner oculta muy bien algunos sucesos hasta determinados puntos de la novela, de una manera muy hábil y con un manejo magistral de los silencios narrativos, resulta bastante evidente -salvando algunos detalles- qué ha sucedido. Según vamos leyendo una página tras otra va quedando cada vez más claro que el verdadero personaje principal de la novela es su atmósfera. Una atmósfera densa, amenazadora, sucia, que se imbrica en cada una de las frases, que cala los huesos de cada uno de los personajes; es como un ser vivo que acecha, que nos pone al tanto en cada párrafo de que siempre puede ser peor.
El estilo de Faulkner es el de un prosista increíble, con símiles y metáforas nuevas en cada carilla. Quizá en algunos momentos pueda parecernos que se podría sintetizar algo más todo, pero según terminas la novela tienes la sensación de que todo ese mal, tanto el más evidente como el latente, se oculta en cada página, siempre se saca algo en claro de cada párrafo: sea para alimentar a personajes, trama, ambiente, atmósfera etc…
Volveré a leer más de Faulkner, sin duda.